Lavera llega a este mundo a romper con las estructuras, a romper con todo. Distinta, revolucionaria, se desprende del montón, aferrada a sus convicciones, pinceles, visión y exquisitez, sale a darle batalla al mundo. Sale a dar un mensaje, de esos que te dejan con la cabeza dada vuelta, con ganas de más, con sed, con preguntas, con furia, con pasión.
Todo eso podemos verlo en sus pinturas. Un lenguaje tan personal que no podríamos ni clasificar ni definir. Al verlo por primera vez, uno podría pensar que es una forma de expresionismo abstracto, pero al verlo más de cerca, se revelan formas más figurativas. Navegando por las composiciones advertimos colores, líneas, planos y trazos gestuales que evocan imágenes de formas reconocibles que se modelan con referencias mínimas.
Desde el núcleo de cada obra, las imágenes parecen estallar con formas excéntricas y con colores vivos que generan contrastes de expresividad que parecen haberse escapado de la imaginación inconsciente de la artista. Y es cuando uno se da cuenta del mundo surrealista que Lavera manifiesta con esa pasión casi frenética, y que transmite al espectador un cierto estado de conmoción interior.
Lavera logra alejarnos del mundo inmediato y reconocible, aunque por momentos nos conecta con eso familiar que nos hace resonar. Formas que, aunque inventadas, no podrían ser más reales, conviven en la representación perfecta de un espacio simbólico de total libertad creativa y expresiva.
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